viernes, 23 de octubre de 2015

El Profeta y la Montaña

Aquel día, como tantos otros, el profeta subió a la montaña. Sentía un poco de aburrimiento en todo esto. Eso de ser profeta era un poco tostón. Todos los días había que subir a la montaña y esperar a que Dios hablase. Que se comunicase con su pueblo. Pero desde hacía mucho tiempo Dios no hablaba. Es más, en todo el tiempo que él llevaba de profeta, Dios no le había dirigido ni una sola palabra. ¿Es que Dios se había enfadado y no quería ya nada con las personas? ¿O quizá sería que él no era un buen profeta? En su familia siempre había habido profetas, él mismo heredó el cargo de su padre, y su padre del suyo y así hasta el principio de los tiempos. Con todos había hablado Dios, pero con el callaba.


En el pueblo empezaban ya preguntarse si no tenían que cambiar de profeta. Él estaba un poco, o mejor, bastante preocupado. ¿No sería que la montaña no era suficientemente alta? ¿Se habría constipado Dios y estaría afónico, por eso no le oía?


-          - Creo que me voy a tener que buscar otro empleo –pensó-. Esto de ser profeta no debe estar hecho para mí. Pero no sé hacer otra cosa. Podría ser herrero, pero no sé trabajar el hierro y, además, eso de pegar martillazos parece muy cansado. O bien  podría ser el maestro del pueblo, pero no me van a querer, ya que no sé hacer nada. Me he pasado toda la vida subiendo y bajando de esta montaña.

Estaba pensando en todas estas cosas cuando apareció Juanillo, el muchacho que hacía las veces de cabrero del pueblo. Subía casi todos los días a la montaña con las cabras de todo el pueblo. Pero nunca había subido tan alto.
-           - Ahí viene Juanillo. Pobre chico. Es el cabrero porque no sirve para otra cosa. Pero mira, él tiene más suerte que yo. El al menos sabe sacar a pastar a las cabras, pero yo no soy más que un profeta tonto al que siquiera Dios le habla.
Juanillo, ¿qué haces tan lejos? –le preguntó.
-          - He subido a buscar la cabra del maestro, hace poco que tuvo un cabritillo y no quiero que se pierdan, dentro de poco nevará y han de estar al calorcillo del corral.
-          - Te ayudaré a buscarla. Total, Dios se ha debido ir de vacaciones…

Y juntos empezaron a buscar la cabra y el cabritillo. Según iban caminando, Juanillo iba hablando. Le iba contando lo bonito que estaba el bosque al subir. Lo agradable que era el sonido del arroyo al bajar por el valle. Incluso le enseñó algunas hierbas que curaban la diarrea o el dolor de muelas. ¡Caramba! Él había subido toda la vida a la montaña y no se había dado cuenta de todo esto. Y el tonto de Juanillo, que no servía nada más que para ser pastor sabía todo eso.


Encontraron a la cabra y al cabritillo. A Juanillo se le iluminó la cara y una sonrisa de oreja a oreja apareció en su rostro. Se había alegrado como si fuese su cabra.

-          - Es la única cabra que tiene el maestro del pueblo y necesita su leche para el invierno. Podrá mantener mejor a su familia y dedicarle todo el tiempo a los niños para enseñarlos.


Y tenía la cara tan alegre que entonces Dios habló al profeta: “No ves, so zopenco, que he estado todos estos años hablándote a través del canto del arroyo, de murmullo del bosque y del rostro de la gente. No me podrás encontrar si no es en el encuentro con los demás, tus amigos.”

jueves, 20 de agosto de 2015

Ventajas de ser mendigo


¿Ser una persona sin techo puede tener ventajas? Este tema surgió un día dando un paseo y vimos escondida una rudimentaria y artesanal tienda de campaña confeccionada con plásticos entre unos árboles. El sitio no estaba mal. Sombra, un río y hierba. Como era verano invitaba a curiosear. Evidentemente no lo hicimos por ese pudor que aunque se encuentre en un espacio público esa zona tenía el halo de ser la casa de alguien, su propiedad privada.
Así surgió una conversación. Por aquella zona solía haber un mendigo que hacía varios días que no veíamos. ¿Se habrá ido? ¿Ha dejado aquí su casa? Bueno, si es un sin techo, si no tiene casa… bueno no tiene casa física en ningún sitio, pero eso mismo te da alas para viajar. Nada te ata. No tener casa en ningún sitio te permite que la tengas en todas partes. Siempre puedes encontrar un par de árboles y con una cuerda y un plástico te haces una tienda de campaña. Así de fácil. No tienes que buscar hotel por internet. Indagar cuál es la oferta más barata. Situación del hotel con respecto al centro de la ciudad o de las estaciones de tren, autobús o metro.
Tampoco tiene que tener en cuenta al reservar el hotel los gastos de cancelación de la reserva. Si llegas a un lugar y no te gusta, te vas y adiós muy buenas. Para viajar parece que hay muchas ventajas. Si vas en verano a un sitio de playa puedes dormir en la misma con el arrullo del sonido de las olas. La verdad que no tiene mala pinta.
En este punto empezaron a surgir inconvenientes. La higiene diaria no tenía muy buena pinta. Eso de coger agua directamente del río para lavarse los dientes dio un poco de dentera. Y más cuando alguien sacó en la conversación la imagen de unos dientes negros y con caries. Bueno, ya tenemos un inconveniente con lavarse los dientes. Y las necesidades… Una chica dijo eso tan usado de que como los chicos hacéis pis de pie no lo tenéis en cuenta. Y aquí un avispado caballero comentó yo leo en el “trono” y no sé si me acertaré a leer en cuclillas. Alguien comentó que eso era un problema menor porque siempre hay bares donde tomar un café e ir al servicio. Pero un café cuesta dinero y de dónde sale. Pidiendo. Nada a buscar una forma amigable de pedir. Uno que tocando la gaita, otro que haciendo malabares en los semáforos… otro que limpiando un trozo de parque. Hubo una que se lanzó por bulerías para demostrar que podía pedir y casi llueve. Total que la vida de “transeúnte” no era fácil. Así transcurrió un buen rato en una charla amigable y con buen humor entre personas que pensamos que nunca nos veremos en esa situación.
Porque al fin y al cabo, ser mendigo no es fácil.
De verdad, no lo es. Vivir solo, a la intemperie, soportando el calor y el frío. Teniendo que buscarse la vida para encontrar alimento no es fácil. Y ahora peor. Cuánta gente busca en la basura lo que otros alegremente tiramos. Cuánta gente se viste de la ropa que se entrega en Cáritas o en los contenedores solidarios. Cuánta gente sobrevive con los pocos céntimos que damos de limosna en las puertas de los supermercados. Y nuestra forma de vida cada vez crea más mendigos económicos. Porque de mendigos emocionales ya ni hablo. Mejor, hablaré en otro momento. Creo que es un buen tema para otra entrada.

Pero sigamos con nuestro tema. No, no es fácil ser mendigo. Claro que tiene sus ventajas al no encontrarse atado a nada. Es un plus de libertad. Estar solo, ser libre, no depender de nadie ni cuidar de nadie. Como mucho de un perro con el que compartir pulgas, piojos y mugre. El perro es un sucedáneo esclavo de una persona. No se queja y acompaña sin imponer. Libertad y soledad. ¿De verdad? La soledad no siempre es sinónimo de libertad, ya que en muchos casos tienes que enfrentarte a ti mismo, a veces nuestro peor enemigo. Y mi propio yo no se puede suplantar por otro ser vivo.
Aunque puestos así, yo me quedo con el papel del perro.

jueves, 13 de agosto de 2015

La Cultura, ese gran misterio

¿Qué es la cultura? Esta es una gran pregunta a realizarse en esta época de grandes cambios, grandes depresiones y penurias y, por tanto, de grandes esperanzas.

A mi me dieron una definición hace años que me gustó: “Cultura es lo que se recuerda después de haber olvidado lo aprendido en el estudio”. Es una definición interesante porque tiene bastante de cierto. Hay muchos concursos de televisión de preguntas y respuestas y cuando alguien es bueno en esos concursos decimos que es una persona culta. Así que cultura podría asimilarse sabiduría, conocimiento, incluso erudición (menuda palabreja).
Pero así, cultura se queda corta. Porque, aunque mi abuelo no supiera decirme la lista de los Reyes Godos, ni definirme lo que era un número primo, tenía su cultura, proveniente de lo que había aprendido en su ambiente rural. Así que cultura es algo más que subyace por debajo de toda acción humana. Aprovechando esta indicación es curioso indicar el origen etimológico de la palabra Cultura. Proviene del latín Colere que entre otros significados posee el de cultivar la tierra. También la palabra Culto (de culto religioso) proviene de la misma raíz. Sería hacer crecer la fe. Pero nos interesa la acepción más humana. Cultura sería algo así como lo que crece (nace) del hombre, de las personas. La cultura sería etimológicamente el cultivo cuidadoso y con esperanza de obtener fruto de las personas.
Siendo un poco más filosóficos vamos a citar a Ortega y Gasset dijo que “Cultura es una forma de discurso que da sentido a las cosas”. Bueno, una definición corta, pero densa y que hay que entender. Ortega fue un filósofo implicado con la sociedad de su tiempo y por eso estaba preocupado por lo que en ella ocurría. También eran tiempos convulsos. España estaba intentando modernizarse para acercarse a la modernidad europea y Europa se enfrascaba en guerras y totalitarismos. El filósofo para ilustrar su idea recupera un mito muy español, Don Quijote, y apoyándose en él reflexiona sobre el significado de la cultura. Y cultura son las cosas más cercanas a las personas. Son nuestra circunstancia, y en ellas nos tenemos que centrar para que no nos ocurra como a Don Quijote, que se evade de la realidad y con ello pierde el sentido del mundo. La cultura es el cultivo de lo inmediato, de lo cercano, de la vida. Héroe es el que se acerca a la realidad de lo inmediato, de lo cercano y lo asume, convive con ello y lo modifica con su propia existencia. Por ello, cultura es relación con el Mundo (tenemos que comprender mundo como la Totalidad de las cosas).
Aún así, todavía no hemos explicado lo que es la cultura. Por un lado tenemos unas definiciones muy románticas pero muy simples y por otro algo demasiado filosófico. Y la cultura es algo que nos encontramos día a día. Se encuentra en el folklore regional. No es lo mismo una sardana que una sevillana. Se encuentra en la forma de afrontar las relaciones sociales. No tenemos las mismas pautas de comportamiento los castellanos esteparios donde hace frío, que los mediterráneos donde se hace más convive más en el exterior de las viviendas. Y eso que estamos hablando de manifestaciones dentro de una misma zona geográfica como es la península ibérica. Ya si el cambio es de continente las diferencias son mucho mayores. Pero todo es cultura. Y no se puede decir que una sea mejor que otra. Cualitativamente tienen la misma validez. Solo se diferencian en sus manifestaciones.
La cultura, por tanto, es un producto humano, que se manifiesta de muchas formas y que da sentido a la existencia. Cultura es todo lo que nos rodea: la comida que comemos, la televisión que vemos, la ropa con que nos vestimos. Un momento, en este punto quiero hacer una puntualización. ¿Os habéis dado cuenta que uso la primera persona del plural en mi argumentación? Porque cultura se pronuncia en plural. Una cultura individual no se puede definir como tal. Si una costumbre es solo mía y nada más que mía, no es cultura, es una “rareza”de mis costumbres. La cultura se comparte y se comprende por un grupo social. No tiene sentido bailar una sardana en solitario. Hay que hacer un corro. Ni tiene sentido cocinar un plato que solo me gusta a mi y que no quiero compartirlo con los demás. La gastronomía se convierte en cultura cuando se comparte y cada cual aporta de su propia experiencia. Estos simples ejemplos nos llevan a dar un paso más en la reflexión cultural. No es obra de una única persona. La cultura es obra de la comunidad. La cultura es creativa y muchas veces la creación es individual. Pero aunque un individuo cree, su creación no se convierte en cultura hasta que no es admitido, asumido por el grupo social. En la historia hay grandes fracasos de creaciones técnicamente plausibles pero que al final no cuajaron. Es la gente la que crea la cultura.
Con todo esto, ¿tenemos algo claro de lo que es la cultura? Yo, la verdad sea dicha, que no mucho. Socráticamente hablando puedo decir que “Solo sé que no sé nada”. Bueno, algo tengo en mi cabeza. El problema es que no sé cómo explicarlo bien. En definitiva, que no tengo las palabras exactas. Porque la cultura como tal no se puede tocar. Es eso que la Unesco llama un bien intangible. Solo se pueden tocar sus producciones: música, bailes, libros, pinturas,... Pero lo que hay detrás de todo esto participa, estimula y orienta su creación está más profundo. En el fondo de nuestro Ser y en el de nuestras sociedades.

¿Por qué es necesaria la cultura? Parece una pregunta obvia en tiempos de recortes. La cultura es necesaria porque… ¿Es un signo de identidad? Es una razón y bastante importante. La cultura es un signo de identidad social que nos introduce en un grupo y nos permite participar de su actividad y de su vida en común. Es muy importante este hecho porque nos ahorra trabajo en hechos cotidianos. Pensemos por un momento en que vamos al Reino Unido u otros países de la Commonwealth en lo que el tráfico discurre por la izquierda. Para nosotros es un lío porque nos cuesta pensar lo que tenemos que hacer en cada momento: en la calle, al cruzar un semáforo, etc. En cambio, ellos lo tienen asumido (tan asumido como aquí circular por la derecha) que no tienen que pensarlo. El problema de la cultura como identidad es que se transforme en algo identitario. La cultura tiene que ayudarnos en la unión de los grupos sociales, pero cuando la cultura se convierte en punto de separación, de distinción, pierde parte de sus funciones. La cultura la creamos entre todos y es patrimonio de todos. Es cierto, que la cultura nos permite distinguirnos unos de otros. Y eso es muy bueno, ya que en la variedad está el crecimiento. El contacto entre culturas permite el enriquecimiento de las mismas, pero el sentido identitario creado por la distinción “entre culturas nacionales” lo único que crea son rencillas, recelos y sobre todo reacciones “anti”. Anti lo que sea. Quizá hayamos de recordar que todos somo seres humanos que habitamos este mundo ya que no tenemos otro al que escapar y que la convivencia es la única esperanza. Las culturas son distintas y tienen tradiciones distintas, pero también tienen cosas similares. Desde nuestras similitudes hemos de tender puentes que nos acerquen en nuestras diferencias. La cultura que nos identifica y nos introduce en un grupo no ha de separarnos del resto de la humanidad.
La cultura nos ayuda en la vida cotidiana a resolver problemas simples. Nos permite comprender las acciones de nuestros conciudadanos y nos lleva a sentirnos bien en el lugar en donde estamos. La cultura se transmite de padres a hijos de forma natural. Es como comer con un tenedor o con palillos, atarse de una manera u otra los cordones de los zapatos o los acentos en el lenguaje.
La cultura se transmite y permanece, pero también cambia conforme se van desarrollando las personas. Quizá el cambio cultural mayor lo haya dado en estos últimos cien años. Desde que Ortega escribió sus meditaciones del Quijote (1914) hasta ahora han pasado dos Guerras Mundiales, totalitarismos que cambiaron el mundo, dos bombas atómicas, la genocidios en todos los continentes y de todas las tendencias políticas, el desarrollo de las comunicaciones y la creación de una aldea global como predijo McLuham hace ya casi cincuenta años. Con todo esto mi cultura no es ya la de Ortega, ni la de mi abuelo. Ni siquiera la de mi padre que no quiere tener teléfono móvil aunque le obliguemos a ello. Es más, cuántas veces decimos eso de que las nuevas generaciones nacen con la tecnología entre las manos. Y la cultura cambia, y nos cambia, en muchas ocasiones sin que nos demos cuenta. A veces, en mi trabajo, cuando tengo que dar una razón de cambio a alguien reticente que utiliza la frase “toda la vida se ha hecho así” yo le pregunto: “o sea, ¿que usted todavía se levanta del sillón para cambiar el canal de la televisión? Cuando yo era pequeño el mando a distancia se llamaba Luisito. Luisito levántate y pon la segunda cadena”. Los cambios se han ido introduciendo en nuestra vida y hoy no es concebible una persona que no esté comunicada por móvil o que a la hora de buscar trabajo no tengas un perfil en una red social. La cultura es algo vivo. Lo es porque es una creación humana y si los humanos estamos vivos, nuestras criaturas también. Aunque a veces nos sintamos como el Doctor Frankenstein que ha creado algo de lo que se arrepiente y su siguiente anhelo es destruirlo. El problema es que muchas veces nuestras creaciones adquieren vida propia y autonomía. Se nos escapan de las manos.
La cultura cambia con las modas y las costumbres. Pero en este caso yo encuentro un problema. Actualmente, ¿el cambio en la cultura es fruto de una evolución natural del Ser Humano o está provocado por una necesidad económica de nuestra sociedad para sobrevivir? Hay muchos cambios en la cultura que tienen un origen económico. Ya he presentado el tecnológico y de las comunicaciones. Con el hecho del abaratamiento de costes de producción se ha popularizado el teléfono móvil y la conectividad en cualquier sitio. Incluso si nos vamos de vacaciones al Kilimanjaro preguntamos si el hotel tiene WiFi. Yo he de reconocer que todo esto es cultura ya que ha sido asumido e integrado en la vida cotidiana.
Pero hay cosas de las que me niego a denominar como cultura. Me niego a denominar cultura a la industria cultural. Eso es mercado y economía de mercado que vende productos que se basan en la cultura. Me niego a considerar la industria de la moda como cultura en sí ya que precisamente se basa en lo efímero. Si no permanece, si de un año para otro ha cambiado y sobre todo ha de cambiar a las personas en sus gustos y modos de vestir y comportarse no es cultura que ayude al Ser Humano en su vida cotidiana. Es cierto que dentro del mundo de la moda podemos ver una cultura en la sociedad. Solo hay que analizar los cambios en la forma de vestirse de la gente a lo largo del S.XX y que nos ayudan a comprender los sentimientos de las personas que vivieron esas época.
De la misma manera tampoco creo que exista verdadera cultura en la industria de productos culturales como el cine, la televisión, la música, etc. Es una industria en la que se trabaja mucho y en unos cuantos casos, bien. Los medios de comunicación son un medio importante de popularizar y extender los hechos culturales y hay productos que realmente dejan poso en la sociedad. Hay películas, cuadros, esculturas y canciones que son realmente himnos que ayudan a crear una sociedad mejor y más cohesionada. Pero cuando nos introducimos en el mundo de la industria nos encontramos con un trabajo más. En realidad, en muchos casos tenemos que hacer películas, series o esculturas para rotondas porque si no nos quedamos sin trabajo y hay que vivir. Cuando a una película se la define como “pasará sin pena ni gloria”, ¿eso es cultura? ¿Es asumida por el grupo social del que surge y lo mejora? Eso significa que va directo al olvido. Es un producto de “usar y tirar” como cualquier cosa de un bazar chino cualquiera.
La industria de la “cultura” es importante porque da muchos puestos de trabajo. También los bancos. Por eso creo que la industria de la cultura debe ser rescatada en tiempos de crisis, de la misma forma que los bancos, porque de ella comen muchas familias. Pero no estoy de acuerdo en la cultura de las subvenciones que da vida artificial a una industria cultural que en muchos casos no llega al pueblo. Aunque muchos de los que participan de esa industria se pongan muy honrosos criticando al ministro de turno que no puede defenderse ya que está en terreno hostil hablando místicamente de ese ente intangible que denominamos “cultura”.
En todo momento la CULTURA ha de ser apoyada por las estructuras gubernamentales. La cultura es un producto del pueblo y para el pueblo. La cultura es esencial para el desarrollo social. Un gobierno que olvide su cultura destruye a su pueblo. Pero en una economía de mercado, la industria de la cultura ha de sostenerse a si misma. Y cuando esto ocurra, lo que realmente llegue a la gente de los productos culturales de esta industria se convertirá en verdadera cultura, en iconos de la sociedad en la que ha surgido y se ha desarrollado.

Convertirse en cultura no se regala, se consigue por “aclamación” popular.

jueves, 6 de agosto de 2015

Temas de conversación para un verano caluroso

Temas de conversación para un verano caluroso.
La pretemporada


Parece difícil contar algo cuando se tiene mucho que decir y no se sabe por dónde empezar.
Ahora mismo el problema es que tengo varios temas de conversación en la cabeza. Quiero hablar de la educación y su finalidad; de la libertad de las personas; de los problemas de económicos y políticos de España y de Europa; de la duda que genera la tragedia de la inmigración; de la lucha contra la corrupción; de las vacaciones... Pero no. Creo que voy a hablar de fútbol. Estoy oyendo la radio y da la impresión que no hay otro tema. Ni siquiera cuando no hay liga, estos del fútbol nos dejan descansar.
Sí, voy a hablar de fútbol y de lo mucho que mueve. Dinero, derechos televisivos, pasiones humanas casi religiosas (o sin el casi) y a personajes millonarios que son tratados como mercancía de compra - venta. La verdad es que es la única vez que vemos a millonarios que se venden como ganado. Bueno, voy a hacer un aparte: esto no va con los obreros del deporte. Los jugadores que no son estrellas rutilantes y que acaban como trotamundos dando más vueltas que el balón que manejan por equipos de todas las categorías y países, y son tratados igual, como mercancía de compra-venta.
Pero lo interesante de la reflexión es que gracias a una tontería tan grande como es un deporte de masas todos nos podemos sentir importantes. Por eso quizá no sea tanta tontería y la manipulación social que de ello se puede derivar llega a ser de magnitud.
Cuando llegan los mundiales o las eurocopas todos nos sentimos seleccionadores. Sabemos a quién llevar y quién se tiene que quedar en casa. Para un partido cada uno tenemos nuestra alineación y hasta quien no ve el fútbol durante la liga se engancha. O lo enganchan, ya que este país y muchos otros se paralizan a la hora de los partidos (también Alemania, que lo sé por experiencia personal).
Así que el fútbol nos une. O nos separa. Porque ¿hay rivalidades más tontas que las deportivas? Personalmente no entiendo qué buscan dos grupos sociales que quedan antes o después de un partido para pegarse como en Madrid o en Oviedo hace poco. El deporte, en teoría es algo limpio, para jugar, pasarlo bien y esforzarse. Ha de enseñar los valores del trabajo en equipo, del esfuerzo, de la disciplina y del liderazgo. Pero hay energúmenos que parece que esto aquí indicado lo tienen claro, pero a la manera una horda de hunos que van como borregos a la pelea.
La "religionalización" (convertirlo en una pseudo religión) del fútbol tiene bastante culpa de esto. Los apegos a los colores no son racionales. Son solo sentimentales. Con lo cual no hay nada que pensar, solo sentir. Podemos acordarnos de toda la parentela del rival ya que estamos justificados simplemente por el hecho de ser un rival. Podemos mentir y engañar al árbitro, que es un signo de "inteligencia". Hacemos cosas que no haríamos en nuestra vida habitual, como alabar los despropósitos de Mourinho o aplaudir y pedir un autógrafo a Messi en la puerta del juzgado al que asiste a declarar por defraudar a hacienda. Se nos olvida que son cosas totalmente distintas ser buen jugador o entrenador y ser buena persona. Para lo segundo, ser buena persona, hay que trabajar más y más constantemente. Hay que serlo todos los días y eso conlleva un esfuerzo. Pero a los mitos se lo perdonamos todo porque nos dan alegrías pasajeras cada cierto tiempo. Nos hacen sentirnos superiores a los demás en la rivalidad y permiten la socialización de los triunfos: “Hemos ganado el Mundial”. Este es un plural mayestático, puesto que yo, ni otros cuarenta y tantos millones de españoles jugamos aquella final. Pero compartimos el éxito como si fuera nuestro.
Y al día siguiente a trabajar como todo hijo de vecino. O a sellar la tarjeta del paro. El fútbol nos hace olvidar. Hace ciento cincuenta años, cuando Karl Marx ejercía su lucha política con el amigo Engels indicó que la religión es el opio del pueblo. Tenía razón, ya que la religión controlaba la vida de las personas y las hacía sumisas a los dictados de los poderosos. Además ofrecía dignidad a las personas, sobre todo en la otra vida. Así reducía la capacidad de lucha en esta. Cuanto más sufrieses en esta vida, más grande sería la recompensa en el Paraíso. Y ahora sigue igual la religión es el opio del pueblo, solo que hemos cambiado de religión, la nueva religión es el Fútbol.


lunes, 27 de julio de 2015

¿Quién quiere ser político?

¿Quién quiere  ser político?

¿Quién quiere ser político? ¡Que levante la mano! 
¿Nadie se atreve? ¿Nadie de los que me estáis leyendo se dispone a dar un paso al frente?
He de reconocer que yo todavía no tengo la valentía suficiente para hacerlo. Es una pena.
¿Quién quiere ser político? Ante esta afirmación casi todo el mundo tiende a sentir un cierto rechazo. Todos menos lo que son políticos profesionales. Es decir, viven de ello.
Pero al ciudadano de a pie, que le comparen con un político, sea de la ideología que sea, incluso de los “anticasta”, no le hace mucha gracia. Está tan degenerada esta profesión que hasta parece un insulto. Y esto es un grave problema en nuestra sociedad.
Aristóteles definió al Ser Humano como Zoon Politikon, es decir, animal político, porque era capaz de organizarse en sociedades y definir sus reglas de comportamiento. El Ser Humano, la Persona, es un ser social. Aunque sea un individuo con sus propios sentimientos, y su propia identidad, excepto raras singularidades, vive en sociedad. El ser humano vive en contacto con otros seres humanos. Se desarrolla con ellos. La propia supervivencia del género depende del contacto con otros especímenes. Incluso la cultura es un producto de la vida social. Un hecho aislado de una única persona no puede ser nunca cultura. Puede ser una costumbre, un hábito o, incluso, una rareza. Pero nunca será cultura, porque ésta ha de ser compartida.
Por tanto, el Ser Humano, es un ser social y político por su propia naturaleza. No podemos renunciar a ello. Pero, en cambio, ahora estamos en un momento en que todo lo que huele a política es un desastre. Parece que en ella sólo hay personas que lo único que buscan es su propio beneficio. Hablamos de diálogo, pero parece que el único diálogo posible es que se den la razón unos a otros. No nos planteamos una política como convivencia, sino como conquista. Todos pretendemos conquistar algo: derechos sociales, la independencia, la unidad del estado, el cielo… Pero no caemos en la cuenta que una conquista es algo que se hace por la fuerza. Y mientras tanto, los únicos que ganan algo son los conquistadores. El resto nos quedamos como estamos. Y eso, en el mejor de los casos.
William Golding a mediados de la década de los cincuenta escribió una novela: El Señor de las Moscas, en la que fantaseaba con una sociedad pura y de qué manera acaba organizándose. Trata de un grupo de niños que por culpa de un naufragio acaban en una isla desierta, tienen que organizarse y de cómo acaban divididos en dos bandos enfrentados a causa de las luchas por el poder. La verdad que es una visión un poco pesimista de la situación, pero nos hace pensar en si es posible una sociedad sin gobernantes. ¿Es realmente posible una utopía así?
Yo personalmente pienso que no. Toda sociedad necesita líderes y jueces. De la misma forma que nuestra estructura corporal es orgánica. Está compuesta por órganos con distintas funciones, nuestra estructura social, tal y como la tenemos definida, también es orgánica. Funciona porque hay una especialización en las acciones de los miembros. Hay médicos, bomberos, obreros de la construcción, camareros, conductores de autobuses, etc. Y cada uno cumple su función. Y todos tenemos que estar organizados para que el mecanismo social funcione. Y a todos nos gusta que el sistema funcione. Cuando enfermo me gusta que el sistema sanitario me atienda correctamente. Cuando voy a un restaurante me gusta que el cocinero no se deje quemar mi comida. Cuando me monto en un autobús me gusta que el conductor se sepa el camino y las normas de circulación. Y lo más curioso de todo, es que generalmente no lo pongo en duda. ¿Alguna vez le hemos hecho la prueba de alcoholemia al conductor cuando nos hemos subido a un autobús? No, puesto que nos fiamos de que va a realizar su trabajo de forma correcta y es responsable de ello. Tenemos una fe ciega, ya que no nos cuestionamos lo contrario. Y eso lo hacemos tantas veces a lo largo del día... Nos fiamos de nuestros semejantes. Es decir, creemos en ellos y en su profesionalidad.
Pero esto no ocurre con los políticos. Nos han defraudado tantas veces que no nos fiamos de ellos. Y por ello no queremos ser políticos. Pero no podemos escaparnos de nuestra naturaleza social y, por tanto política. Necesitamos políticos honrados de los que podamos fiarnos. Necesitamos políticos profesionales, pero no de esos que si se quedan sin poltrona se van al paro, sino de los que se dedican a ello con profesionalidad.
Necesitamos líderes que sepan guiarnos y sobre todo sepan decirnos la verdad, aunque no nos guste. El político ha de ser una persona con ideas claras. Y si después no gustan, no ha de cambiarlas simplemente a golpe de encuesta.
La política y los políticos han de salir de la propia sociedad. Hace trescientos años salían de la aristocracia, el “gobierno de los mejores”, pero que en realidad eran los nobles terratenientes. Hace doscientos años salían de la burguesía. La revolución social ilustrada había derribado privilegios hereditarios de clase y los había sustituido por privilegios económicos.
Ahora salen de lo que algunos denominan “la casta”, que no es más que un grupo con miembros de todos los estratos sociales, pero con el objetivo de “profesionalizar” y “funcionalizar” (de funcionario) el poder. Y así la sociedad sigue hacia adelante, más mal que bien.
Si queremos que esto mejore, desde la misma sociedad tendremos que quitarnos el miedo a ser líderes. Es cierto, el líder puede ser el que se lleve todo el mérito y también quién se lleve todas las bofetadas, pero hay que arriesgarse. A la sociedad no le sirve cualquier líder mediático que sepa hablar bien y engatusar a la gente. Eso lo hizo Hitler en su momento y sabemos como acabó Alemania. Necesitamos líderes honrados dispuestos a dar un paso adelante cuando la sociedad se lo pida y también un paso atrás cuando esta misma sociedad se lo demande. No todos tenemos las mismas cualidades y, por tanto, podemos asumir las mismas funciones. El bombero ha de ser bombero y, el fontanero, fontanero. Pero ambos han de serlo con honradez y respeto al Otro, como miembro de su misma sociedad.
Y la sociedad necesita políticos, jueces, periodistas, legisladores… que sean honrados con su trabajo. Que piensen en el bien común y trabajen para este bien. Y han de surgir de la propia sociedad como fuente de la dignidad y de la cultura.
No debemos tener miedo. Hay que dar un paso adelante en la política. No todos hemos de ser líderes políticos, pero sí que todos hemos de ser el Zoon Politikón que definía Aristóteles.
Creemos líderes honrados para nuestra sociedad y líderes maduros en la responsabilidad.